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Cuatro espinitas tiene mi cama

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jueves, abril 29, 2004
18:19



LA EXTRAÑEZA QUE TRAEN LAS TORMENTAS





Un pinchazo en el codo derecho que me partí esquiando cuando era pequeño me anunció la lluvia.
Cogí el autobus y empece a leer "Cuando Alicia se subió a la mesa" de Jonathan Lethem (Mondadori), una recomendación del hermano de almu que me tiene totalmente enganchado.
Mientras devoraba ansiosamente sus páginas noté algo raro. Algo que no se ve. Algo que probablemente tenga que ver con las intangibles leyes de la física y que incomprensiblemente hace ladrar a los perros, eriza los cabellos de las señoras y pone a rezar a los campesinos.
Noté la extrañeza que traen las tormentas.
Dos espesas cortinas de agua cubrieron las ventanas del autobus convirtiéndolo en pocos segundos en un teatro acuático móvil. En el interior, como si estuvieramos dentro de una de esos acuarios que hay en los restaurantes chinos, la calma se hizo absoluta. Todo era gris y verde. Lo único que variaba era la intensidad de la luz. Parecía como si un crupier desde el cielo le diera vueltas a una ruleta, y dependiendo de donde cayera la bola, los árboles se volvían más oscuros o los edificios más tenues.
Paramos en seco delante de un paso de cebra. Una fila de niños cogidos de la mano se saltaron el semáforo al mismo tiempo que contaban en voz alta los segundos que separaban la distancia entre un relámpago y un trueno. Seis, siete, ocho, al llegar al nueve las nubes rugieron todas a la vez y las puertas se abrieron. Como un pececito naranja dentró de una bolsa de plástico al que acaban de volcar en una pecera, me sumergí en el centro de la tormenta. Sentí como el olor a humedad invadía la oquedad de mis pulmones. Por un instante mi corazón se convirtió en un colador metálico gigante rebosante de agua, y soñé en volver otra vez a cantar contigo bajo la lluvia.

Para Andrés.